Esta inquietud es más común de lo que nos imaginamos, sobre todo, de una práctica que está pronta a cumplir dos décadas de su formalización con el Manifiesto Ágil. Sin embargo, jugando un poco con el nombre del libro de Fredy Kofman, La empresa consciente, cada día las organizaciones están más atentas a la necesidad de una transformación que algunos llaman digital, mientras que otros la llaman ágil.
Hay una pregunta adicional que nos atañe: ¿qué hizo que estas empresas se percaten de la necesidad de un cambio? A algunas, quizás, ver cómo a organizaciones como Kodak, Blockbuster o Blackberry, su emporio construido en mucho tiempo, se les derrumbaba en muy pocos años; mientras que a otras, ser testigos de cómo Uber y Airbnb potencializaban lo que hoy se conoce como economía colaborativa, o quizás ver que de las empresas que estaban en el S&P 500, hace 50 años, ahora solo quedan menos del 30%. Además, en el top cinco actual, todas son tecnológicas, es decir, no petróleo e hidrocarburos, ni aseguradoras, ni bancas.
Todos estos factores se vienen dando fuerte y crecientemente en los últimos quince años, pero la mayoría de estos elefantes han estado dormidos, mientras que el ecosistema de la selva ha venido cambiando de forma brusca y acelerada, que para cuando despierten, encontrarán un hábitat donde ya no son los reyes dominantes del lugar, sino que hay otros menos fuertes, pero más hábiles y adaptativos, que están ganando territorio.
Dado este contexto, las organizaciones entendieron que no se pueden quedar quietas y crecer de forma lineal mientras que los nuevos jugadores lo hacen de manera exponencial. En consecuencia, hay que buscar la forma de entender el mercado lo más rápido posible, que por la alta burocracia y lo engorroso de sus estructuras, se convierte no solo en algo muy lento, sino en una lucha constante de egos.
Vamos a un ejemplo de esto: supongamos que un alto directivo tiene en mente crear un producto o servicio que ayudará a aumentar el número de clientes, esta idea nace y se revisa en múltiples comités hasta tener un presupuesto y con una estimación que algún experto entregó. Algunos meses después, se asignan unos equipos para que la trabajen, supongamos por ocho meses que fue la estimación y, sin creerme un gran adivinador, termina demorándose dos meses más de lo esperado.
El producto o servicio sale a producción, se estabiliza en otros dos meses y, después, todo el mundo se va para otro proyecto. La pregunta en este caso es: ¿qué es lo realmente importante en este tipo de situaciones?
En mi concepto, las organizaciones se sienten satisfechas en estos escenarios y evalúan que el producto o servicio lo hayan terminado a tiempo, con el presupuesto y el alcance esperado (llamado también el triángulo de hierro), y racionalmente también nos puede parecer entendible, sin embargo, esto funcionaba muy bien hace 20 años, pero hoy ya entendimos que el mundo se mueve de manera diferente.
Volviendo al caso y llevándolo al mundo actual, las preguntas que nos debemos hacer son: ¿Cuál es el verdadero objetivo? Atraer más clientes, ¿no es cierto? ¿Cuántas veces probamos si la idea que vino de la parte superior de la estructura estaba cumpliendo con el objetivo?, solo una vez y al final.
Referenciando a Eric Ries, en su libro The lean startup, recordemos que en la era en la que estamos, toda idea será una hipótesis hasta que salga al mercado. ¿En qué momento los equipos que trabajaron la iniciativa entendieron que el objetivo es ganar más clientes?, es decir, ¿entendieron la estrategia? En ningún momento. Su objetivo es construir el producto o servicio, por eso los miden, no por ganar más clientes como es el deber ser.
¿En qué momento fuimos al mercado a probar con los clientes una parte del valor del producto, identificando funcionalidades de valor? Quizás solo una vez en alguno de los procesos previos al inicio de la ejecución, utilizando algún método de descubrimiento de productos o servicios, lo cual, para esta época, no se puede hacer en un solo momento del tiempo, sino que debe ser tan iterativo como la operación de los equipos.
En conclusión, hay que ser conscientes que estamos en un medio complejo, entendiendo el ecosistema no solo desde el interior de nuestras organizaciones, sino la evolución y cambio constate del entorno y sus jugadores.
Ya no podemos atacar nuestros retos de la misma manera lineal, dando por descontado que lo que creemos que va a funcionar y generar valor, más bien debemos empoderar todo el sistema para que conozca la estrategia de la organización, para que tomen decisiones en torno al cumplimiento de las metas, proporcionando un ambiente amigable al error, pero con compromiso de aprendizaje para identificar constantemente si las hipótesis tienen la aceptación de nuestros clientes y, por ende, mantener la empresas en el juego, proporcionando una ventaja competitiva frecuente.
Para terminar, y respondiendo la pregunta si es moda o necesidad, me voy a referir a la frase de un gran amigo llamado Lucho Salazar, traductor oficial de la Guía de Scrum al español y del libro Una guía de supervivencia a la adopción y transformación ágil, en una de las entradas de su blog Gazafatonario IT, concluye la agilidad con la siguiente descripción:
«Agilidad, es la habilidad de las personas, equipos y organizaciones de crear valor a la vez que promueven y responden al cambio para tener éxito en un entorno incierto». Por lo tanto, mientras el cambio siga siendo una constate, la agilidad será una necesidad.